17 septiembre, 2018

3 inviernos... y llega la primavera

Mientras lo veía acercarse por el pasillo, le pedía sosiego a su corazón: “No me delates", le decía. El entramado de músculos y válvulas bombeaba, desbocado, como queriendo asomarle por el cuello para saludarlo él también.
Habían transcurrido muchos atardeceres desde que se abrazaran en esas baldosas, por última vez.
Su corazón aprovechó que ya estaba latiendo en su cuello, y le besó el suyo, cuando se abrazaron. Su perfume lo invadió y le impregnó los labios.
Ya está. No le faltaba nada más. Cerró los ojos y sonrió.
Regresó a sus pies y encontró de nuevo el piso. Abrió los ojos y se topó con su campera de cuero, con la remera celeste que rezaba “libertad” en inglés. Su jean gris, el que acentuaba sus convexidades. Su pelo negro, sus ojos rasgados… intentó distraer la mirada y no pudo evitar su boca. Listo. Su sonrisa lo derritió.
Se acordó del chocolate que le había comprado, y se lo dió, antes que se derritiera también. Y él apuró un paquetito con un dulce en pan envuelto, de la tierra del café.
Caminaron juntos un rato. Sus pies también conversaban. Sus manos se rozaban, diatraídas, como en una danza de coqueteo animal.
Desandaron temas. Se detuvieron en lugares. Se miraron. Se gustaban, y eso se percibía en las miradas cuando se mantenían, como queriendo ver más allá de las ventanas evidentes. Se degustaban.
La pizza no pareció tener tanto queso, el calor del primer piso no pareció sofocarlo tanto. Incluso logró olvidarse de su celular.
Sus pies descalzos seguían conversando sin rozarse, debajo de la seguridad del mantel. Y alrededor, las mesas y sillas vacías se llenaban de recuerdos que lentamente se iban convocando.
Pidieron la cuenta, pagaron a medias. Hasta el viaje de regreso fue como caminar en la luna, sobre un mar de espuma densa. Y alrededor, todo el mundo parecía respirar primavera. Y eso que era 16, faltaban 5 días.
Escucharon juntos Chiquititas en la cama, se fueron animando a ponerse cómodos con la piel expuesta. Y cuando se hizo la una, los gallos de la madrugada se complotaron con sus párpados. Y las persianas terminaron por bajarse.
Y en la oscuridad de un 17 de septiembre, casi 3 años después de aquella primera madrugada cuando floreció el primer “teamo", respiraron acompasados, y durmieron sus dudas, y acostaron sus miedos. Se abrazaron, como si el tiempo no hubiera nunca escurrido.

Otra vez brilló la luna. Ojalá esta vez no te aleje. Ojalá esta vez no te pierda.

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