09 julio, 2017

El tesoro de Cecilia

En el cansino ritual de evitarme
me tropecé con vos...
estaba tan distraido en mi rumiar cotidiano que ni siquiera pude preveer tu regreso...
Me tomaste por sorpresa... me abdujiste, me transportaste a ese bosque encantado, a esa tarde soleada.
Y no pude más que cerrar los ojos y dejarme llevar...

Y al salir de la ballena, me alejé, extasiado, y caminando hasta el submundo, experimenté el cambio: era capaz de llorar de alegría, reir hasta las lágrimas.
Hoy, en sintonia con el aire de reondenamiento y cambio, le di una lavada de cara a mi hogar, y me ocupé de lo doméstico.
Y asi ¡hasta hice un biscochuelo de limón! Y para peinar los nervios, me tomé un tilo y, como un púber nervioso, me fui a tu encuentro: para colmo de males, ¡llegué demorado! Pero esos segundos de magia juntos bien valieron  tantos años de espera. No paraba de sonreir esta noche. Llegué a casa y no pude contener la emoción. Asi que me puse a cocinar, miré una película, canté, miré otra película sin casi notar que me habían plantado... y cuando me vine a acostar, me detuve, respiré hondo y me dije: "¿Viste que siempre estuvo ahí, esperandote? Era cuestión de ir a buscarla..."
Gracias, Cecilia, mi Santa predilecta. Hoy me permitiste que nos reencontráramos. Y fui y soy feliz de nuevo.