14 julio, 2018

Pascua, Viaje y Resurrección

¡Escucha, Bellavista, aquieta tus ansias!
Ya regresa ¡por fin! tu hijo pródigo.
El joven nieto de pluma sensible
ya no arrastra más sus hombros:
curtido por una soledad soberana,
revestido de un crisol de paisajes,
se mantiene ahora erguido
desafiando al horizonte.

Transmútanse los contornos, a veces nítidos,
por momentos arrugados y pálidos,
mientras un par de manos inertes
le cantan canciones de cuna.

Mientras todos a su alrededor se obstinan
en sembrar mariposas a la vera del lecho,
él esgrime un puñado de líneas
tejidas en las penumbras de un alma rota,
y mientras clama misericordia,
junta coraje y entona un himno de despedida.

“Dichosos mis ojos, mujer
que aunque empañados por tu partida
se sacian con tu ternura
y se cobijan bajo tu presencia.

Bien sabe el Poderoso que desandaría mares
y movería montañas, con tal de conservarte
en este mundo, conmigo.
Bienavenida la hora, al menos,
que puedo contarte mi amor, mi gratitud, mi pesar, mi miedo.
Ojalá sea este momento eterno”.

Miró a la anciana a los ojos, aflojó los nudillos
y, estrechando a la muerte entre sus brazos
aceptó el destino: la dejó partir.

Atravesado su pecho por la tristeza,
el joven de cenicienta corona
dejó de sentir y se limitó a flotar.
Los meses se sucedieron, inexorablemente,  la rutina se embriagó de cafeína
y rumiando pena, saliva y realismo,
forjó una coraza, infranqueable.

Recocíjate, Bellavista ¡oh poblado!
Destellan en tus pupilas mil imágenes
de lugares y rostros, de gestos y caminos.
No desconfíes de tu propio simiente.
Acoge más bien al muchacho,
no le niegues el consuelo de tu aliento.

Contempla tú misma el cambio obrado.
Mira que mucho ya desvarió en el duelo,
deshidratando penas, postergó sueños…
escanció lentamente el cáliz amargo
y le dijo ¡Salud! al Cáncer.

Despidió al amor incondicional
y dejó leudar la ausencia del bien perdido.
Pero alégrate, pues, por fin un día
una estrella le tomó la mano,
lo invitó a cuzar el mar.

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