16 diciembre, 2020

Aprendiendo a estar


Atardece una vez más
y resuena el alma, inquieta. 
Casi 6 veranos escurrieron
desde aquel encuentro
en que el ángel fue ungido.

Lo inerte abandonó la mortaja
y asumió el desafío:
ser.
15 lunas hasta un diciembre nuevo,
aunque las cicatrices de las cadenas 
laten a veces aún hoy.

Y entre ilusiones adolescentes
y camperas de cuerina negra
el alma se animó a vibrar.
Se deshojaron los prejuicios
y quedó sólo el hombre, 
sólo, con su música.
La moneda perdió la cruz 
y brilló una sola cara.

Varios nombres coquetearon
pero así como pasaron las lunas,
emigraron las plumas,
se achicaron las montañas
y enmudecieron los sordos,
aunque no todos. 

Y contra todo pronóstico,
prevaleció el color de la criptonita,
la lasagna de verduras,
los teatros under...

Israel descubrió que ya no estaba solo:
el amor ahora vibraba, calmo, sincero.
Pero no confiaba en su ritmo sereno
parecía anhelar lo opuesto.
Masoquista, tropezó,
confundió el cielo y el suelo,
incluso olvidó quién era.

Se refugió detrás de un telón transparente
pero aún así se alimentaba de destellos.
Se marchitó en marzo
y fermentó hasta el segundo intento.
Y por fin,
floreció en enero.

Siempre noviembre,
llegó el camión a tiempo
cargaron todos sus sueños dentro
y apostaron a barrientos.

Hasta que las maldiciones del año bisiesto
alteraron los tiempos.
Las pestes bailaron al son
de eclipses y sombras con bocas tapadas
y hasta los astros perecieron.

Y en la distancia, 
en la aparente soledad y el encierro
el alma cerró los ojos y sonrió,
estar
sereno.

Acunó al amor, suspiró y se durmió
y en su sueño, se hincharon las velas.

Aún cuando rechinen las estructuras 
y los miedos resoplen, sedientos,
el puerto será el mismo:
Vale
Amar
Eligiendo.



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