11 junio, 2018

LAS MANOS DE LA PRINCESA CIEGA (cuento)

–Aquí estoy, Alteza, como lo solicitaste –anunció la princesa con una reverencia. Dejó el bastón de quina junto a la puerta y esperó a ser invitada a entrar.
–Todos ustedes, retiraos –la reina Kami se dirigía a los sirvientes y criadas que estaban apostados en cada rincón de su habitación. Luego, se concentró en la hija de su sobrina, respetuosamente de pie junto a la puerta: –Acércate, Lis, ven. Siéntate a mi lado aquí en mi cama –obediente, y familiarizada con el número de pasos para moverse dentro de aquel cuarto, la princesa invidente avanzó hacia la voz con pasos inseguros. Kami continuó–: Ya me oyes, no estoy nada bien. De hecho, estoy muy enferma. Dicen los médicos que mi situación es grave. Poco queda ya por hacer. 
–Me han llegado rumores sobre tu salud. Entiendo que estás frágil. ¿Qué tienes, Majestad?
–Mi corazón está enfermo. Puede que ya no resista mucho más –anunció Kami, haciendo un gran esfuerzo por no agitarse–. Por eso, antes de abandonar este mundo, quiero dejar mis asuntos en orden.
Lis se detuvo en aquellas palabras. ¿Qué implicaban? Durante su corta vida había crecido bajo las faldas de la reina, sumisa, intentando estar a la altura de las expectativas ajenas. Aunque al comienzo había transitado una infancia turbulenta, ahora gozaba de cierta calma. Sin embargo, muchos interrogantes pululaban aún su mente.
–No queda mucho tiempo. Así que regálame toda tu atención, pequeña. 
Kami, más pálida que nunca, en la cima de una montaña de almohadas, como un mármol sudoroso, contemplaba a la princesa, solemne. Improntas de su hermana y de su sobrina, fusionadas en la niña, le recordaban su triste origen. La maldición había dejado impronta en su rostro: en el lugar de sus ojos, un par de cuencas vacías eran fiel testimonio de aquel castigo. 
–Todos, al fin y al cabo, sucumbieron ante la profecía... 
”Parece ya muy distante aquel amanecer de otoño cuando mi hermana Kali entró en trabajo de parto. Ya soñaba con sus nombres: Sania y Coret. Sí, a pesar de dar a luz a dos preciosos niños, el alumbramiento se complicó. A día y medio de la cabaña más próxima, en el corazón de aquella región de montañas, Kali murió desangrada, dejando a nuestra madre, Bea, a cargo de los bebés.
”La infancia de tu madre y tu tío fue humilde. Las cabras eran su sustento y abrigo. En la soledad de valles y quebradas, cultivaban maíz y cebada. Eran muy unidos. Incluso desde pequeños, podía percibirse en ambos una viva curiosidad.   
"Luego de una docena de ciclos, siendo ya Mama Bea una mujer entrada en años, enfermó y murió. Entonces, me hice cargo de la educación de los gemelos.
Un escalofrío recorrió lentamente el cuerpo de la niña. El frío se colaba por alguna hendija mientras el viento zarandeaba los árboles. Lis, pensativa, se incorporó. Kami nunca había dejado que ella la tocara; cuánto había anhelado una caricia suya, un beso, un abrazo... 
–Bien –continuó la reina–. Luego de despedirse de su gemelo, Sania, tu madre, volvió conmigo a Nirel. Coret, en cambio, fue enviado al sur, con Maer Tanit, para aprender a dominar la empatía y el arte de la curación. Así vivieron los gemelos, separados: una en el Norte, otro en el Sur. Cada uno creció en sabiduría y desarrolló sus dones por separado. Yo supervisé la formación de Sania. Tu madre, a tu edad, era capaz de ver el futuro. Además, podía mover objetos con la mente y comunicarse a través del pensamiento. Coret, en cambio, era un “empático”: con sólo tocar a alguien o algo, podía conocer su esencia, y al convocar los elementos, invocar la sanación.
–Pero... Entonces yo tengo la misma habilidad que mi tío, ¿verdad, Alteza?
–No. Coret podía sentir y compadecerse de las dolencias de los demás. Por eso, era tan buen sanador. Pero tú no sólo puedes percibir lo que siente el otro, sino que además puedes contemplar su alma, su historia, sus pensamientos, incluso sus intenciones, ¿ves la diferencia… –pero un acceso de tos interrumpió la pregunta.
–Sí, creo que sí, mi Señora –Lis aprovechó la pausa para preguntar–: Pero, ¿cómo fue que se conocieron mis padres?
–Tu padre, el príncipe Gariel, fue enviado al sur como pupilo al cuidado de Maer Tanit. Al igual que tu tío Coret y otros muchachos, fue instruido en el arte de la batalla y en las ciencias. Gran parte de su infancia y juventud, pasó prácticamente inadvertida para el resto de los prunianos. Por aquellos años, recluidos en los claustros de Maer Tanit, tu padre y tu tío llegaron a hacerse íntimos amigos. Pero pronto la sangre clamó la presencia de Gariel en la Capital. Exequias y coronación, se sucedieron en pocos días, y tu padre asumió joven el trono. 
"En aquel tiempo, los liros tomaron ventaja de la sucesión, y asediaron la frontera oeste del reino. Por afinidad y aptitudes, no tardó en destacarse Coret. Así, tu tío llegó pronto a la capital y asumió como mano derecha de tu padre.
"Viendo que Sania, tu madre, había aprendido todo lo que mis magos podían llegar a enseñarle, la envié al convento de la orden Estolar. Allí, la curiosidad fue corroyendo lentamente su alma. 
”En tiempos de La reconciliación, cierto día Gariel acudió al convento, para acercar la limosna real y orar. Y así fue cómo se conocieron. Gariel sucumbió ante las virtudes de Sania, y del resplandor que emanaba de la joven maga, aún envuelta en harapos.
Lis, al imaginar que su madre lo había seducido con el típico hábito pesado y sudoroso de la orden, no pudo menos que sonreír. 
–Así, mi sobrina  se convirtió en reina. Pero a su vez, la sombra crecía en su interior. Por lo que no escatimé en consejos y advertencias. Pero Sania, encandilada con el poder que ahora detentaba, se valió de sus talentos para revestirse de fama e infundir respeto y temor en los reinos vecinos. Y esta cualidad le resultó sumamente útil al rey, que se apoyó en la seguridad y fortaleza de su consorte para afianzar su trono. 
Mientras asimilaba la princesa lo que iba escuchando, una repentina calma sucedió a la pausa en el relato. Un relámpago encegueció a la reina –acostumbrada a la tenue luz de los candiles-, y luego, los cristales de toda la habitación se estremecieron a la voz del trueno, creando una atmósfera distinta. 
”Un día, tuve un sueño. Como una advertencia, este sueño recurrente me atormentaba. Aun así, no llegué a dimensionar el sentido de aquella premonición. El tiempo fue transcurriendo. La corona vivía épocas de animales gordos y cosechas generosas. Tu tío pasaba largas horas con el rey, tratando asuntos que urgían al reino o saliendo a cazar. Sania comenzó a tejer sospechas. Bastaba que Gariel regresara de sus excursiones, para que el trato entre tus padres se tornara cada vez más áspero, y un descontento creciente dominara sus encuentros. Las risas, que al comienzo del reinado habían cautivado a los prunianos, escasearon, y dieron paso a ceños fruncidos y silencios incómodos. 
–Mi madre seguramente habría buscado la verdad en sus visiones y, probablemente, habría indagado en la mente del rey en sueños. O incluso, de haberlo deseado, habría hablado con su hermano –exclamó Lis, aferrándose, nerviosa, a los almohadones–. ¿Acaso no se te ocurrió preguntárselo directamente a ella? 
–Tuve miedo de avivar el fuego de Sania, Lis –aceptó la reina.
–Pero, ¿qué sucedió entonces con mi tío? –inquirió la princesa.
–El rey Gariel, más preocupado del juicio ajeno que del vínculo que lo unía a Coret, lo envió a una misión en las fronteras. Al atravesar los Páramos Cienegosos, tu tío contrajo una afección casi letal. Por decisión propia, el cuñado y mano derecha del rey, viendo que casi había perdido la vida, decidió recluirse en las montañas de Uhr. Por un breve tiempo, reinó nuevamente la calma. La reina, antes infértil, fue favorecida por los dioses. Y durante algunos ciclos, el amor entre ellos reverdeció. Así naciste tú, querida.
"A pesar de la bonanza del reino y de haber engendrado una heredera, a Gariel se lo veía cada vez más desdichado. Un inexplicable aumento en los impuestos lo distanció del pueblo. Decidido a buscar respuestas, emprendió viaje con un destino poco claro. Recelosa, tu madre lo siguió en secreto. Y tomándote en brazos, cabalgó contigo, ¡apenas una beba de pecho! hasta la región de Uhr. Fue el día del eclipse de sangre. Se combinaron los Elementos y la profecía, hasta entonces adormecida, retomó su antiguo cauce. Entonces, entendí que mi sueño iba a tomar forma real: la lechuza decapitó a la serpiente con el poder de su mente, sin siquiera tocarla, y luego hirió a su propio pichón. Tras ese acto, el halcón, preso de la ira, arremetió al corazón de su esposa, y lo atravesó con su espada. Destrozado, besó a su hija y lloró amargamente al ver que no reaccionaba. Luego de cobijarla con pieles de oveja, se despidió, cargó los restos de la serpiente en su montura, y huyó hacia el sur. Y nunca se supo qué fue de él. 
"Unos pastores escucharon el llanto desgarrador del pichón de cuervo; así encontraron a la princesa, ahora ciega, recostada en pieles de oveja sobre el vientre de una cabra, que parecía demasiado vieja para haberla mantenido con vida." 
Un acceso de tos devolvió a Lis a la realidad. Ya no se escuchaban respiraciones agónicas: ahora, sólo le llegaban gemidos sordos. Intentó acercarse un poco más. Cuando por fin parecía tocarla, en otro acceso de tos, un líquido rezumante le salpicó la cara, caliente, espeso, con olor a hierro.
–¡Ayuda! ¡Por favor, de prisa! ¡La reina se ahoga! –exclamó la princesa.  Escuchó al sirviente entrar a trompicones en la habitación. Luego, más pasos... Hasta que alguien la tomó del brazo y la guió afuera. Lis tanteó su bastón junto a la puerta. Dirigió los pasos hacia su cuarto, dejando que atendieran a Kami. Entre los pliegues de su ropa, había logrado disimular el atado de seda que había llamado tanto su atención, escondido bajo el pilón de almohadas. 
Esa noche, el viento y la tormenta rugieron al compás de sus pensamientos. Las gotas se disputaban para inmolarse en los cristales con un incansable golpeteo. En una tregua, los Elementos aflojaron su puño: el viento amainó y cesó la lluvia en su ímpetu.
Lis tomó el atado de seda entre sus manos, lo desenvolvió y quedó al descubierto el cuaderno con tapas de cuero. Al abrirlo y recorrerlo con sus dedos infantiles, pudo revivir cada recuerdo que Coret había inmortalizado en aquel diario: la profecía, la necesidad de aclarar sus pensamientos, sus miedos...  Entonces, en labios de Coret, Lis se chocó con la verdad: "Kami nos ha separado... Estoy seguro de que ella pudo anticipar todo esto en sus visiones. Lo percibí cuando ella dejó que la tocara aquel día en que llegó hasta la cabaña, justo después de la muerte de Mama Bea. Seguro que, sintiéndose amenazada por nuestras habilidades, en su ambición desmedida de poder, mató a la vieja ¡su propia madre! para contar con la excusa perfecta para separarnos. Por eso nos envió a los extremos opuestos del reino, confinándonos a la reclusión y al olvido. Desconfío de ella... Sania me dijo que fue a ella a quien creyó ver cuando encontró a Mama Bea muerta en la cueva, y esto refuerza aún más mi teoría... El salmo de Coret continuaba: "Yo amo a Sania, y nada de lo que esa bruja haga, me hará cambiar lo que siento hacia mi propia sangre. Ni la distancia, ni el tiempo. Nada, nadie.
Al soltar el cuaderno, Lis percibió el perfume y la respiración sonora de su nana. 
–Ayúdame a arreglarme, Mawe. Quiero despedirme de la reina antes de que se lleven sus restos–. La vieja dirigió los pasos de la princesa nuevamente al cuarto donde, ratos antes, había transcurrido el auge de la tormenta. Ahora reinaba una paz extraña y ya no se percibía esa tensión que generaba el ritmo irregular de la respiración trabajosa. Lis buscó entre las sábanas, ahora nuevamente limpias y secas. Hasta que encontró las manos inertes de la reina. No conocía la textura de su piel, pero sí su perfume. Las tomó por primera vez entre las suyas y las apretó contra su cara y luego, contra su pecho. Percibió una sombra separarse del cuerpo. Presa del miedo, detuvo su respiración. Pero se obligó a no soltarle las manos. 
Afuera, se abrió una herida en la noche. El pálido rostro lunar se reflejó en los ojos de un halcón, testigo silencioso que contemplaba solemne a la princesa. 

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