sumergido en el sopor noctámbulo
velaba el alma al amor sin rostro,
cuando el sol, asomando,
tanteó al firmamento,
y luego de acariciar las montañas
y ruborizar las copas de los tilos,
besó TU rostro.
Amaneció.
A coro los horneros lo confirmaron
mientras las cadenas, estrepitosamente
despertaban a los miedos
con su lamento de retirada.
Desesperezóse el alma...
sonrió Israel y volvió a creer...
ya, sembrada la paz,
sólo quedaba regarla con paciencia
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