25 agosto, 2014

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Viniendo del entierro de un recuerdo, Israel se tropezó con un anciano,
Vestido de sombras, coronando niveos trofeos, que cual testigos mudos del indeclinable tránsito de Cronos a través de su chata existencia, extendían palmas de niño y voz de jilguero tierno, clamando piedad desde la postrada inexistencia;
su pera despoblada en sintonía con un par de manos inquietas, contraste de párpados vencidos, cubierto de andrajos y suciedad, la suya propia. De ceño poblado de angustias que sucumbieron ante la cómoda omisión. Su paso cansino, resignado a arrastrar su vientre flacido por tantos dulces placeres satisfechos impulsivamente fuera de la justa medida de la Conciencia.
El cinturón dejando la marca de toda una vida de ideales inflados hasta explotar. Espacio poblado de ideas, Volutas de humo tóxico, recuerdos incinerados en el paciente devenir de una neurótica creatividad.
Y el corazón traicionado por el espejismo de un amor vacío,
desabridas caricias, estancos cielos, desmembradas flores;
Avinagrados labios cansados de sangrar el óxido de una fantasía edificada sobre arcilla y amurallada con miedos de vastas longitudes.
Vacío pleno, liso, perenne, incuestionable realeza que se arrugó por dentro deviniendo en llanos extremos y mancos miembros.
Amigos que esclavos en fotos claudicaron ante la férrea y persistente tozudez del encierro auto impuesto, se suicidaron resignados en el abismo del olvido.
Fétido aliento de quien sólo respira bajo la orden de Celos
y a pesar de vivir en la superficie,
Se ahoga en la hondura de sus perros miedos.
Y en la cima de su orgullo,
Israel, altanero, tomando distancia del engendro, egoísta decidió derribarlo con la Palabra, para dejar caer su máscara,
Para que se entreviera la hipócrita inmortalidad de sus huesos descoloridos por el artero desaliento. Escanció el Agrio cáliz fruto de un sueño tranquilamente concebido a orillas de un invierno, bajo la mortecina luz de un espectro que decidió recostarse en su propia tumba hasta que se secasen sus ojos, y cuando comenzaban a entumecersele las agallas, se agolpó la crudeza en sus pómulos.
Inercia que al golpearlo, se congeló aún en pleno enero, y lo derribó, toda su humanidad toda.
Otoño en un bosque de motivaciones regadas esmerada y pacientemente por la engañosa paz hueca de un ser sin rostro, de vientre expuesto y vísceras macizas, aunque de núcleo huero.
Israel, gorrión soñador y jinete bueno, se encontró agazapado frente a un espejo. Arrugado. Doblado su cuerpo. Jirones de un presente que en el pasado solía SER.
Buenos Aires, una noche de invierno de un año agitado

3 comentarios:

Analía dijo...

volviste!!!!

Jinete de Estrellas dijo...

Si, Ana. Gracias por cabalgar por estos pagos. Mucho tiempo sin apurar letras, así q vienen algo anquilosadas y apretadas... de a poco se irán amigando...

Analía dijo...

Que alegría que estés de vuelta! No hay apuro, jeje, de mi parte habrás visto que estuve por 3 años comentando la misma entrada...sabía que ibas a volver!!!! lo celebro. Linda vida Jinete de estrellas!!!