Israel tiene miedo
le cuesta el amor
sobre todo decirlo.
Su pequeño gran problema
no lo deja dormir:
está queriendo volver a suspirar
pero no tiene agallas
para respirar demasiado fuerte
y enterarse de que todavía está vivo.
Tiene miedo, sí
que un día de éstos
ese sueño lo pellizque
y se deba enfrentar
con el seno de la cebolla
desechando lo de afuera.
Se ha encariñado con su máscara
que se le ha pegado al cuerpo
y atornillado en el carácter.
¿Por qué es tan terco, Israel
que no le hace caso
a su reprimido corazón?
No lo deja ser,
no le permite salir galopando
saltando por encima de las palabras
para pastar libre
en el campo de los hechos
latiendo, sin su ritmo acostumbrado
rescatándolo de su aletargada siesta.
¿Por qué le hace tanto caso
a su cabeza?
Hay cosas que no se comprenden
hasta que no se deja volar al alma.
Sí, está encadenado,
pobre, pobre corazón de Israel
que se olvidó de amar
y anestesiado,
se durmió en las promesas
de un futuro diferente
que nunca es,
que nunca llega.
Buenos Aires (esperando que Israel se despierte de su siesta, con ganas de salir a cabalgar)