me tropecé con vos...
estaba tan distraido en mi rumiar cotidiano que ni siquiera pude preveer tu regreso...
Me tomaste por sorpresa... me abdujiste, me transportaste a ese bosque encantado, a esa tarde soleada.
Y no pude más que cerrar los ojos y dejarme llevar...
Hoy, en sintonia con el aire de reondenamiento y cambio, le di una lavada de cara a mi hogar, y me ocupé de lo doméstico.
Y asi ¡hasta hice un biscochuelo de limón! Y para peinar los nervios, me tomé un tilo y, como un púber nervioso, me fui a tu encuentro: para colmo de males, ¡llegué demorado! Pero esos segundos de magia juntos bien valieron tantos años de espera. No paraba de sonreir esta noche. Llegué a casa y no pude contener la emoción. Asi que me puse a cocinar, miré una película, canté, miré otra película sin casi notar que me habían plantado... y cuando me vine a acostar, me detuve, respiré hondo y me dije: "¿Viste que siempre estuvo ahí, esperandote? Era cuestión de ir a buscarla..."
Gracias, Cecilia, mi Santa predilecta. Hoy me permitiste que nos reencontráramos. Y fui y soy feliz de nuevo.