16 febrero, 2015

Siempre atareado con el barro,
obsesionado con las formas,
con el alma ojerosa y las manos doloridas,
Israel se detuvo a descansar unos instantes.
Miró a su alrededor y se vio arrugado,
el cabello revuelto,
los sueños también,
los ojos cansados de mirar demasiado cerca.
Presidía una corte de expectantes vasijas mudas
de tamaños, bordes y colores muy variados,
recipientes moldeados con paciencias y la propia saliva
decorados toscamente para llamar la atención
pero curiosamente vacías y huecas.
En el fragor de la vida
Israel olvidó el verdadero sentido de lo que hacía:
de ser y de hacer:
¿artesano o artista?
O acaso su sino era simplemente SER.
Y así contagiar a los hipócritas a quitarse el disfraz
y a pedirse perdón a sí mismos por tanto humo.